La primera vez que llegué a Benasque no supe ni a dónde había llegado. Era adolescente y mi único objetivo era subir en una semana cuantos más picos mejor. Ahora ya he aprendido que las cumbres no siempre se dejan subir pero siempre estarán ahí.
La casualidad quiso que años después mi pareja me llevara de nuevo al Valle donde me dijo que estaba todo lo que necesitaba. Y es verdad. No sé qué me gusta más. Adoro los bosque de hayedos en otoño, sus colores, la humedad y el olor del musgo de La Selva de Conques, pasear por Anciles, las piedras mojadas de los pequeños senderos interiores, comer un buen guiso o una carne del Valle. El olor a leña. Me tiene también enganchada la nieve. Qué suerte tener allí mismo la estación de esquí de Cerler, su orientación y su diseño alpino, su nivelazo de esquí… Qué pena que me pille a 5 horas de Madrid, que es donde vivo, porque pocas cosas me gustan más que esquiar, dentro y fuera de las pistas. Y en el verano también hay que hacerle un hueco a Benasque. Para mi es la época de escalar, de subir picos, de retarme en esas montañas que aunque llevo años recorriendo siempre me colocan en mi sitio. Somos pequeños, somos frágiles en esta naturaleza poderosa, inmensa, brutalmente bella. No la respetamos lo suficiente.
Los que vivimos en las ciudades no somos conscientes de cómo dejamos de ver el cielo. Y allí en el Valle de Benasque la bóveda celeste es impresionante, sin absolutamente nada de contaminación lumínica. Siempre recordaré una Semana Santa que coincidió con una preciosa luna llena. Cogimos las raquetas, un termo de chocolante caliente y nos fuimos a recorrer el Valle solo iluminados por el resplandor de la luna sobre la nieve. Al caminar escuchábamos el crujido de la nieve a nuestros pasos, y nada más. Eso es oro puro para alguien que vive como yo alrededor de tanto ruido.
Siempre me ha sorprendido como en la carretera que conduce a Benasque no haya prácticamente ninguna señal que indique que entramos en el territorio del Aneto. Como si su atractivo fuera un secreto, como si se quisiera conservar del turismo masivo e intentar proteger de la invasión. Como si el Congosto no fuera suficiente protección.
Mamen Mendizabal, 1976
Periodista